Lecturas de vacaciones. Dos audiolibros: uno de literatura argentina contemporánea y otro con coqueteos al Nuevo Periodismo o tal vez es un ensayo inclasificable.
- Alex Mauricio C. L.
- Jan 27
- 11 min read
Updated: Mar 10

Lecturas (y «lecturas») de vacaciones (Capítulo 1)
Antes de entrar en materia (perdón por el lugar común periodístico), debo aclarar por qué en el título hay unas («lecturas») entre paréntesis y comillas angulares que expresan algo que tiene más de un sentido o significado.
Hace varios meses descubrí las posibilidades que brindan los audiolibros, para ello he usado en mi teléfono las aplicaciones Libby y Odilo, que a su vez me conectan con las bibliotecas en las que tengo servicio de préstamo de libros. Puedo hacer uso del material por 21 días, luego automáticamente retorna para el uso de otros usuarios. Los audiolibros no son una lectura en el entendido tradicional del término, aunque al final lo terminan siendo en el camino de conocer una obra y entrar en ella, ya no con el sentido de la vista, sino con el del oído. Al acercarse por medio de la audición, se pierde la autonomía que permite determinar con qué velocidad quiero leer y puedo leer y, a su vez, se borra un poco el camino reflexivo que tiene como ventaja la lectura con los ojos, es decir, la forma en como nos impregnamos de la obra, leer con la vista da el tiempo y el espacio para que la lectura sea más atenta a los detalles. (Punto aparte son las personas con déficit visual, pues su lectura con los oídos, debe ser tan detallada como la nuestra con el sentido de la vista)
Cuando se aborda una obra por medio de la escucha, se le delega el ritmo y las pausas a un lector o lectora que nos entregará la obra con su voz, se pierde la autonomía reflexiva que brinda la lectura propia, pero se gana en descubrir, si es que lo hay, el ritmo y la música de lo que estamos leyendo. Si sirve de algo, las aplicaciones de audiolibros permiten señalar fragmentos de la obra que nos llaman la atención, como también aumentar o disminuir la velocidad de lectura.
¿Para qué particularmente me sirve a mí?
Le he encontrado utilidad para acceder a obras que no puedo conseguir por otros medios, también para echarle un primer vistazo a autores o autoras nuevos. Para, lo digo con algo de pudor, «leer» libros que no he querido abordar por diversas circunstancias, dentro de ellas la física pereza, como por ejemplo 1984, de Orwell, pues me permitió saber de que iba el libro sin necesidad de dedicarle horas de lectura y, como lo presumía, desde lo estético literario es todo un ladrillo, pero desde lo sociológico, político o antropológico, tiene la gran vastedad de lo eternamente contemporáneo, a pesar de ser escrita hace más de setenta años. Es una obra profética en su contenido, si bien su escritura no sorprende. También la he usado para acercarme, sin temor ni asco, a obras contemporáneas que son escandalosamente populares y confirmar si son buenas (según mi criterio de lector de vieja data) o todo lo contrario. Debo decir que los libros que son entronizados rápido como best sellers (éxitos en ventas), me dan profunda sospecha, no confío en las ruidosas campañas de mercadeo de las grandes editoriales ni en el buen criterio literario de la masa, entiéndase masa como una gran cantidad de personas, no en el significado peyorativo del término. En bastantes ocasiones he acertado en mis prejuicios con los libros y autores más vendidos. Me he equivocado por fortuna también, y no acertar, me hace supremamente feliz, porque me dice que también hay buena calidad literaria en las obras contemporáneas, no en tantas como quisiera, pero hay.
Los audiolibros me han servido además, para aprovechar los tiempos muertos de la actividades domésticas, como por ejemplo, cocinar, y también cuando salgo de caminata, me calzo los audífonos y escucho mis audiolibros.
De estos dos tipos de lectura (visual y auditiva) construí estas breves reseñas vacacionales.
Comencemos en orden cronológico:
Juntando los pedazos
(Sobre Lengua Madre, Editorial Penguin Random House. Audiolibro (2021), de María Teresa Andruetto)
Esta novela teje la relación entre la singularidad de un trío de mujeres de tres generaciones comenzada a fraguar desde los años finales de la dictadura de Videla en la Argentina, que fue la época en que nació Julieta, la última de ellas. Una relación construida con silencios y palabras, desde la perspectiva de la novela y, de la misma manera en cómo finalmente se construye (o destruye), cualquier relación familiar intergeneracional. Parentescos en donde el silencio a veces es más denso que cualquier palabra dicha o escrita. El silencio es delimitado por las palabras, así como la luz lo hace con las sombras.

La escritora argentina, María Teresa Andruetto, representante de la literatura argentina contemporánea (Arroyo Cabral, Argentina, 1954) nos entrega una novela corta con una prosa fluida, simple, accesible,(algo que puede ser positivo o negativo, dependiendo del gusto) pero llena de matices que construyen la humanidad de los personajes así como sus vacilaciones, sobre todo las de Julieta, quien radicada en Munich, hace un viaje a Argentina para cumplir con la voluntad de su madre recientemente fallecida.

La tarea que le encomendó Julia, la mamá, a su hija, Julieta, fue que dispusiera de la biblioteca personal, así como de una caja con fotografías y cartas recibidas por la madre a lo largo de toda la vida. Le encareció Julia a Julieta, sobre todo, que leyera las cartas. Así lo hizo Julia. Es por esta razón que esta obra cabalga entre el género epistolar y la narradora en tercera persona. La novela es un viaje emocional, más que físico. De allí que extrañemos la descripción de personas, paisajes y lugares, salvo cuando se detalla alguna de las fotografías encontradas en la caja.
A propósito, lamento la decadencia en la que cayó el género epistolar, para darle paso a las comunicaciones rápidas (para lo bueno y lo malo) que da la tecnología. Y saber que esta decrepitud comenzó con el telégrafo y mire ya en dónde estamos. Quizás ahora sea más difícil pensarse en una novela hecha de cartas, con la reflexión que permite la comunicación escrita sin apuros, sobre todo si la obra está ambientada en la contemporaneidad.
Repasamos, en compañía de Julieta, la vida de la madre, sus ausencias y mudeces con respecto a la relación con su unigénita. La menor fue fruto de una relación entre dos militantes de izquierda, nació en la precariedad de un sótano, luego de que madre y padre huyeran de las persecuciones y después, sin que la recién nacida cumpliera un mes, el padre también buscó el exilio, exilio que luego se convirtió en huida y ausencia permanente. Quedaron solas madre e hija para, finalmente, Julieta ser cuidada por los abuelos maternos, pues la madre debía continuar en la clandestinidad.
Cuando la dictadura claudicó y Julia ya no tenía motivo para no reclamar su maternidad, tampoco lo hizo, aduciendo, entre otras, que su vida laboral como profesora estaba en otro lugar, el actual. Cuando quiso pedir su rol de madre, fue Ema, la abuela, quien se negó a dárselo. Así pues que, la infancia y juventud de Julieta estuvieron plagadas de muchas carencias maternas y evidentemente la totalidad de la paterna.
Así se construyó la vida pretérita de Julieta, cuidada por los abuelos y esporádicamente visitada por la madre. hasta que la hija migró a Munich para una labor académica que tardaría solo unos meses, luego, lo que temporal era, pasó a convertirse en definitivo.
La figura Doris Lessing, la escritora británica, atraviesa la novela transversalmente como una encarnación inspiradora para Julieta, quien la usó como referencia para un estudio sobre la literatura femenina, entendiendo este término no solo como la literatura manufacturada por mujeres, sino como aquella que lee lo femenino desde sus paisajes y emociones y vacilaciones o desde sus palabras y silencios, odios y amores, es decir, desde su universo. Con mucho, Lengua madre, es la hechura de ello. Porque si bien la figura masculina aparece en diversos personajes, más o menos importantes, lo que alienta toda la historia es la relación de Ema, la primera generación, Julia, la siguiente y Julieta, la postrera. La novela, no únicamente delinea este horizonte femenino de tres generaciones, también se preocupa por retratar la dictadura militar y todas las consecuencias; es un dibujo minimalista de cómo el régimen cambió el destino de seres anónimos y lejanos de los focos de la gran política.
La menor de todas, luego de abrir aquella especie de caja de pandora, comienza un viaje emocional hacia el reconocimiento de la humanidad de su madre ausente, pero también el de su abuela y cuidadora, Ema. Julieta empieza a tejer los hilos de su pasado para a unirlos con el presente, atando las telas vencidas del desarraigo.
Quiero terminar citando dos fragmento del libro, el primero, de alguna manera, sintetiza no solo el significado de la obra, sino el tono con el que es narrada, esta vez por la narradora en tercera, muy cercana a Julia.
Ha crecido en el corazón de una familia de clase media en la llanura, ha aprendido lo que se fue transmitiendo de una generación a otra. Y también así aprendió su madre y tal vez también así aprendió su abuela. Cuando evoca ese traspaso milenario, cuando aparece esa germinal toma de conciencia, admite que otras circunstancias también influyeron: la época, el país, las condiciones económicas… ¿Por qué razón sucede todo eso? ¿Por qué de ese modo y no de otro? ¿Cuánto que creía propio le fue transmitido, sin palabras o con ellas, desde su nacimiento? Con una escritura más indeleble que la hecha con tinta, le fue transmitido.
El segundo, un agradecimiento final de la autora, ejemplifica aquello que mencionamos antes de la literatura femenina, en este caso, de su construcción atávica.
Y a mi madre, a mis hijas, mis sobrinas y amigas, palabras recibidas, guardadas en la memoria a lo largo de los años, porque su recuerdo sirvió de base para la escritura de las cartas de esta novela.
Revelaciones posteriores al ejercicio.
En el apartado técnico quiero destacar que fue un acierto de la editorial, que la narradora fuese Valeria Liboreiro, pues con su acento nativo de la Argentina, le da mayor autenticidad a la historia y conecta más con el contexto cultural.
***
Desde lejos se ve mejor
(De donde soy. Random House. Audiolibro (2022), por Joan Didion)
Nací en Sacramento y he vivido en California la mayor parte de mi vida. Aprendí a
nadar en los ríos Sacramento y American, antes de las presas. Aprendí a conducir
en los diques que había río arriba y río abajo de Sacramento. Y sin embargo, en
cierto sentido California ha seguido siendo impenetrable para mí, un enigma
agotador, igual que para mucha gente que es de allí. Nos preocupa, la corregimos
y la revisamos, intentamos sin éxito definir nuestra relación con ella y su relación
con el resto del país.
Joan Didion (Sacramento, California (1934) – Manhattan, Nueva York (2021)) Esta mujer novelista, guionista y reportera con nombre de perfume caro, menuda como un perfume caro, eternamente delgada y con sus icónicos lentes oscuros, se inscribió en aquella corriente que en su momento se denominó Nuevo Periodismo, del que hicieran parte también, dentro de los nombres más conocidos: Truman Capote, Tom Wolfe y Gay Talese (aquel del portentoso retrato periodístico de Frank Sinatra). Esta mujer nos ofrece una obra que se mueve entre la autobiografía, la crónica y el ensayo. De donde soy, es la semblanza emocional, cultural, literaria, sociológica, incluso antropológica de su querida (y veces no) California.

En su momento se llamó la frontera, el último lugar que quedaba después de cruzar Sierra Nevada. California era la tierra prometida, el sueño americano de los (norte)americanos. Los primeros ancestros de Didion migraron desde el siglo XVIII o XIX y ella pasó la mayor parte de su vida viviendo allí.
El libro comienza con destellos autobiográficos, la autora recordando a su «tatara-tatara-tatara-tatarabuela Elizabeth Scott», luego se va moviendo de las memorias familiares a las colectivas, hacia las hordas de pioneros, así era como se le llama a la ralea de aventureros que quisieron atravesar la riesgosa Sierra Nevada antes de invierno, siempre antes de invierno, porque de no ser así cumplirían con una sentencia de muerte. Quienes lograban cruzar la cadena montañosa podrían ya sentirse en la tierra esperada al poder ver a lo lejos el valle de Sacramento. El texto constantemente se va moviendo entre las memorias personales y la visión colectiva de California, ocasionalmente adobada con asuntos contemporáneos personales y no.
En este libro funcionan en perfecta sincronía la Joan Didion novelista y cronista, con la periodista. Desde la colección de datos, estadísticas y fuentes primarias de la reportera, hasta el aterrizaje de todo este vasto colectivo histórico en personajes individuales y sus diarios y memorias; pasando por la revisión literaria, novelística y ensayística, de toda una variedad de autores y autoras que quisieron hacer ficción de aquellos años primeros del Estado. Dentro de aquellas referencias encontramos incluso a Jack London, quien sino; Frank Norris, Bret Harte, así como novelas de la autora, también textos de Josiah Royce, citado con frecuencia por la escritora a lo largo de su libro.
Da cuenta Didion de todas las fiebres que ha sufrido California a lo largo de su historia: la del oro, la de los grandes cultivos, la de la industria aeroespacial, la de los ferrocarriles y mega cárceles privadas hasta la fiebre de la fama de Hollywood. Da cuenta de las tragedias de los pioneros que en su travesía, de cómo la ruta se fue tornando en desastre que sembró de muertes los caminos, tumbas con nombre y sin nombre, sin lugar para duelos, porque había que cruzar Sierra Nevada antes de que llegara el invierno.
Ya ha habido lo más oscuro de todo: las traiciones, los indicios de que a fin de
cuentas la travesía quizá no fuera una noble odisea, sino más bien una vil refriega
por la supervivencia, una lucha ciega protagonizada por la «generación ciega,
estúpida y sin hogar de nómadas egoístas» de la que hablaba Josiah Royce...
Toda esa epopeya vivida por los pioneros de alguna manera me recuerda a la de cualquier migrante, a la de aquellos que desafían la selva del Darién o el Mar Mediterráneo, a aquellos que depositan sus esperanzas en los coyotes y traficantes de personas a lo largo de todas esas rutas traicioneras en busca del sueño, un sueño cada vez más difuso, uno no tan grandioso, un mal sueño al fin y al cabo.
Llegados aquí, alguien podría preguntarme, sobre todo usted que me está leyendo: y ¿a mí que me puede importar la historia de California? Y yo para zanjar el asunto fácilmente le puedo responder: tiene razón. ¿Para qué?
Tiene razón, pero puede que no la tenga. La escritura precisa, aguda e inteligente de Didion hace que la escucha del libro sea bastante agradable, seguro que su lectura también. Descubrir un prosa tan limpia, cultivada de ironía en varios de sus apartes, profunda en su sentido, invitan agregar al menú de lecturas a una escritora nueva. «Leer» De donde soy (2003) es, de alguna manera, entrar al corazón del imperio, entender que ese país que contemplamos desde abajo, desde nuestro pedestal mínimo de país en desarrollo, es también una colcha de retazos ancha, desprolija y ajena ( lo digo yo, que alguna vez leí una versión resumida de la historia de los Estados Unidos de América, para ver si lograba entender de que iba el asunto con los gringos. Alerta de Spoiler: no lo entendí del todo y menos por estos días). «Leer» esta obra es conocer de una técnica de escritura que sabe amalgamar perfectamente lo periodístico con lo literario. También es aprender a contemplar desde lejos, con autocrítica sustentada, nuestra realidad, nuestra región, «nuestra tierrita», más allá del vidrio esmerilado y borroso del afecto y de la politiquería de turno.
El cierre del libro, el final, retoma los asuntos autobiográficos, Joan Didion, extiende su ensayo-memorias-crónica hasta el momento en el que el hilo de los ancestros cede hasta romperse inevitable, hasta la muerte de su madre, pues el papá había muerto años antes. Culmina entendiendo que ella, Didion, es California con todas sus luces y sombras, que ella es esa primera pionera, pero también la última, la que cruza Sierra Nevada, pero también la que se queda en una tumba del camino, pues la sierra nevada de la historia es implacable y siempre toma lo que le pertenece así como hizo con su madre.
Esta historia continuara… con la próxima reseña, estén pendientes.
(2025)

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