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No solo literatura, era la vida real. Novela colombiana contemporánea. (Sobre La cuadra. Literatura Random House. Audiolibro 2018. Gilmer Mesa)

Updated: 6 days ago



¡Oh, mi amada Medellín, ciudad que amo, en la que he sufrido, en la que tanto muero! Mi pensamiento se hizo trágico entre tus altas montañas, en la penumbra casta de tus parques, en tu loco afán de dinero. Pero amo tus cielos claros y azules como ojos de gringa.

De tu corazón de máquina me arrojabas al exilio en la alta noche de tus chimeneas donde sólo se oía tu pulmón de acero, tu tisis industrial y el susurro de un santo rosario detrás de tus paredes.

Bajo estos cielos divinos me obligaste a vivir en el infierno de la desilusión. Pero no podía abandonarte a los mercaderes que ofician en templos de vidrio a dioses sin espíritu.


Arango, Gonzalo. Obra negra. Fondo Editorial Universidad Eafit, colección Biblioteca Gonzalo Arango, Medellín, 2016



Comienzo con esta cita de Gonzalo Arango sobre Medellín, porque no se parece en nada a la Medellín de la novela que vamos a comentar. No se parece porque la ciudad de Gonzalo Arango no es la de Gilmer Mesa. Ni tiene similitud con la de Oscar Hernández Monsalve, Jaime Espinel o Manuel Mejía Vallejo o incluso la mía propia.


La Cuadra (2016), de Gilmer Mesa Sepúlveda, Medellín (1978) es una novela con resonancia (no sabría si solo de orden local, es decir Medellín y sus adyacentes, o nacional) lo que por sí mismo no la hace buena, pero tampoco mala. Es una percepción personal lo que menciono de la resonancia, por ende subjetiva. Pero el solo hecho de que ya posea audiolibro, y que el audiolibro haya que hacerle fila para reservarlo, eso da pistas del asunto que declaro.


Ya mencioné la desconfianza que me produce la literatura actual, sobre todo la que viene respaldada por las grandes editoriales comerciales, ya mencioné, pero lo vuelvo a hacer, que acercarme a aquellas obras con las que estoy cargado de prejuicios, es uno de los motivos por los cuales lo hago mediante audiolibros. Porque es indoloro y se puede hacer como provecho de los tiempos muertos que puedo tener en el día. Este libro es uno de esos casos, como ya lo habrán sospechado. Aunque la novela fue inicialmente editada por la Cámara de Comercio de Medellín, por ser ganadora del primer puesto categoría Novela XII (2015), luego fue reeditada por Random House, con alguna variación como pude notarlo en el título de la novela misma (La cuadra times) y en la de algún capítulo. Los Priscos pasaron a llamarse Los Riscos ¿Para evitar algún proceso jurídico futuro de la familia Prisco? Quizás, quizás, quizás.


La novela comienza con la descripción (la única descripción de cualquier cosa en la novela, porque las descripciones y ambientaciones son escasas, raquíticas) de una fotografía en la que aparecen unos adolescentes y pre adolescentes, casi todos disfrazados en un 31 de octubre de Halloween o «día de los brujitos», como se decía por aquella época de los años ochentas y noventas en Medellín. La fotografía fue tomada por el narrador. A partir de esta imagen, la voz narradora, personaje y testigo del que en el presente no sabemos nada, comienza a contar la historia desde aquel pasado violento: De cada uno de los muchachos del combo, de como apostaron su carne ingenua y joven y también sus sueños y pesadillas para que fueran devorados por la violencia de la Medellín del narcotráfico, la misma de las telenovelas y series de traquetos. Los muchachos de Aranjuez, pero en general los de la comuna nororiental y también la noroccidental que entraron, o fueron forzados a jugar esa ruleta rusa, pero con un tambor lleno de balas, no tenían ninguna probabilidad de salir indemnes.


Más allá de los títulos de los episodios, la novela esta contada desde la remembranza de los personajes, en cada uno de ellos los aborda, algunos individualmente; otros de manera grupal, como el caso de los Riscos. Es por lo tanto una novela de personajes. No hay geografía barrial o ciudadana, no se describe un contexto histórico o político del país. Los caracteres que aparecen en la foto con la que inicia la novela, y otros varios que no están allí, se van desgranando en sus cortas biografías de la época, cortas porque la mayoría de los pelaítos varones no duraron nada (haciendo una paráfrasis del título de la novela de Victor Gaviria, de la que sólo conozco el título y el resumen argumental).


Luego de narrar la breve parábola vital de los personajes, la novela termina con la confesión de lo que siente el narrador veinticinco años después. El mismo que entendió que debía salirse de esa ruleta suicida de la violencia y quien decidió contar la historia. Desde la reflexión y el sentido de todo ese mortal microcosmos de finales de los años ochentas, es quizás el capítulo en donde la novela bucea mejor, va hacia lo profundo, se detiene y piensa desde la distancia para dar algo de sentido y entendimiento de los hechos narrados. De lo que significó ver desaparecer a una generación trágica de muchachos por una guerra que, desde la sociedad, aun sigue perdida. De hecho, considero que es un absoluto desequilibrio que esa profundidad se hubiese reservado para el final, hacía falta que más de ello fuera considerado para los capítulos antecedentes de la novela. Ese diría que es uno de los fallos de la obra.


Foto portada de la novela La cuadra. En tonos oscuros aparece una fotografía de un barrio de la comuna nororiental de Medellín con casas fabricadas en adobe cocido sobre una colina y que parecieran estar un sobre otra, más allá se ve un cielo nublado.
Portada de la novela en su edición de Penguin Random House.


Se debe mencionar que fue la primera novela que escribió el autor, así mismo hay que entenderla sin desconocer sus imperfecciones.


¿Cómo está escrita?


Se refirió antes, que la historia está armada desde el recuerdo del narrador y, por ende, es la primera persona su voz preponderante, aunque a veces esta voz reproduce los diálogos de algunos protagonistas(interesante y buen recurso el hecho de que no se hiciera con la notación tradicional de los diálogos y sus guiones largos, sino incorporados en los párrafos de los recuerdos incrustados en el monólogo, al mejor estilo de José Samarago, podría pensarse).


La voz, quien lo creyera, es una tercera «perfecta», pero una primera imperfecta, desequilibrada. Es sabido que un narrador testigo o personaje, suele en muchos momentos por sus mismas características transmutarse en una voz en tercera «irregular» por las barreras propias de su limitada o nula omnisciencia. Lo que sucede con La cuadra es que la voz termina narrando sucesos y diálogos de otros protagonistas, que por arte de la verosimilitud no tendría porqué conocerlos y debería justificarlo como una libertad o licencia que se otorga a sí mismo como cronista sobreviviente de una época, pero esto no se hace, no en todos los casos. Así que por eso se hace mención de que funciona muy bien como tercera y mal como primera.


Otro déficit de la voz narradora es que desde el tono y el idiolecto es dispareja, existe un fragmento como este en donde hay que buscar diccionario, porque coquetea con lo ampuloso:


Llevo dos décadas tratando de entender, no para justificar lo vivido, sino para

mirar con caletre, qué nos llevó a ser la sociedad que somos, ya que

este barrio y esta cuadra apenas son un gota de agua en el mar de

podredumbre que herrumbra a toda la humanidad, el odio cerril del

hombre contra el hombre como una forma de afecto contradictorio e

incomprensible.


O


...y no al bestial y despiadado asesino que también

era, porque los seres humanos no somos uno solamente, inmutable y

parejo, somos antes que nada plurales, con una pluralidad dicotómica

y contradictoria que nos hace levantarnos angélicos virtuosos y acostarnos

demoníacos asesinos sin que el universo haya notado nuestra

mutación, porque en ambos estados mantenemos la misma mueca.


O


...se quedó oteando cómo el camino ígneo...


Y luego puede saltar al lugar común de «sin mediar palabra» o «la orden fue rotunda e inapelable» o «acérrimos enemigos» o «y sin ningún asomo de temor» o «fulminante mirada» o «su corazón era de piedra»,«era la gota que derramaba el vaso» o «periodo de tiempo»(que además es un pleonasmo). Estos y otros lugares comunes son incluso numerosos para una voz en primera persona.


Otros asuntos de la escritura


Una novela, o un cuento, son artefactos estéticos orgánicos, son la extracción del universo encapsulado en unas páginas, en La cuadra es evidente tal pretensión pues, como se dio a conocer antes, dónde todo sucede es en la cuadra como medida mínima urbana del barrio, eso está bien. Una calle cualquiera del tradicional y antiguo barrio de Aranjuez en la comuna nororiental de Medellín. Es incluso un acierto hacerlo así, porque en Medellín se podía y se puede encontrar hoy en día que hay niños, los que viven en los barrios más periféricos (sin serlo Aranjuez, pues incluso caminando se puede llegar al centro de la ciudad sin necesitar mucho tiempo), que nunca han salido de su barrio, el barrio es el mundo. Todo esto está bien como intención. La novela no se sale nunca de la cuadra, es desde ella y en ella donde transcurre todo, en este sentido podría decirse que es centrada.

Un calle de barrio Aranjuez, construida sobre una falda, aparecen en ella casas a lado y lado en primera plano un arbrol y en la vía una taxi  una motoclicletam un pequeño camión de carga y a lo lejos un autobus y otro camión de carga más grande. Más lejo al fondo un fragmento de la la ciudad en su zona centro occidental.
Una calle cualquiera del barrio Aranjuez, foto extractada de la página web de Telemedellín, solo para fines ilustrativos.

El asunto es que una calle cualquiera de Aranjuez no es cualquier calle ni tampoco se le parece a alguna de Castilla o El Popular, o del barrio Pocitos, de Montevideo; de pronto a alguna de Santa Cruz o Campo Valdes. La cuadra en la novela se quedó en un enunciado difuso en el que le pasaban cosas trágicas a los muchachos del combo, aparecía una tienda en cuanto se necesitaba una tienda, una panadería o una iglesia cuando era necesario mencionarla, la esquina surgió cuando era dable aludirla en la novela. Una cuadra sin topografía, sin árboles ni pájaros, sin olor a arepa quemada, sin señoras paradas en la puerta de la casa con la escoba en la mano y rulos en la cabeza, conversando, chismoseando con la vecina de al lado. No había ropa tendida en los balcones ni colgadas de los alambres ni «sardinas» en shorts tendiendo los calzones en la terraza ni zapatos agonizantes chilingueando de los cables de la electricidad. No había olor a orina rancia en la esquina ni borrachos desafiando al combo, escupiendo insultos etílicos un domingo en la madrugada. No se escuchaban ni el tango ni el porro ni la salsa ni la música de carrilera ni Guns ´n Roses  ni el punk rugiendo estruendoso desde alguna casa, en fin, ni una platanera o un “palito” de mango como, refiriéndose a otro libro, aludía nuestro profesor del taller de escritores en Medellín.


En la novela La cuadra, esta novela colombiana contemporánea, no se escucha ni se ve ni se siente una cuadra de Aranjuez, alguien que no haya visitado ni visto un barrio de la comuna nororiental desconocerá que el barrio se construyó sobre una falda. Otro alguien podrá decir, pues si quiere saber como es el barrio, que lo busque en Internet. Por eso se habla de que la novela es un artefacto estético orgánico, que quien la lea encuentre allí todo lo que necesita, sin tener que buscar un recurso visual, olfativo o auditivo en otro lado. Era importante, por lo menos, en aras de diferenciar las versiones de la misma ciudad, caracterizar esa cuadra, ese barrio. Gran déficit.


Allí es cuando recurro al profeta del barrio Castilla de Medellín, Helí Ramírez, para que muestre cómo se describe una cuadra, un barrio (Castilla), en su poemario En la parte alta abajo(1979): 


La colina (uno)


La colina es de cuatro o cinco cuadras

en adobe pelado el frente de las casas.

De lejos las calles son huecos obscuros

los muros se tragan el sol de un trago

Por un lado baja una quebrada

que en invierno se vuelve un río

Fue en una época el último montoncito de casas

en la parte alta de la ciudad hacia el norte

con rastrojo y piedras a los lados

Encima del barrio hay un puente sobre la quebrada esa

bajo ese puente a más de uno le han dado en la cabeza

y nadie ha dicho que ha visto espantos o ha oído quejidos

En la ciudad a los espantos les da miedo salir

Desde el picacho un viento acaricia el cuerpo del barrio

La primer casa de tabla y cartón fue

y siempre que pasaba un ventarrón se llevaba dos

o tres techos

Las gentes de noche corriendo

quitándole el techo al ventarrón

para seguir durmiendo

La voz en alto en las calles pendientes sin caber

entre las casas.




¿Y los protagonistas?


Hay tres personajes interesantes por sus matices y por el nivel de profundidad y humanidad logradas, Chicle y el Calvo, a quienes los une la pasión por la música salsa, se les dedica un capítulo el cual tiene un desenlace, que si bien es un tanto melodramático, no le quita la potencia de lo que de ellos se cuenta, tienen profundidad porque la historia de violencia se mezcla con su decadencia, sobre todo la de Chicle por su adicción al bazuco, pero más por su amistad leal. Es decir, se salen del marco de los otros personajes, que son más planos, con carencias de zonas grises.


La otra protagonista, construida de mejor manera, es Claudia, una de las desgraciadas víctimas del capítulo titulado “El Revolión”. Claudia, su personaje, logra salvar por lo pelos el innecesariamente detallado y extenso episodio del revolión, que para quienes no lo sabíamos es nada menos que una violación, un ataque sexual en manada. Está bien mostrar cómo aquellos que fueron deshumanizados por la violencia, convertidos en simples lavaperros, a su vez cosificaron a las mujeres de tal manera que las despojaron de su dignidad. Pero, ¿para qué dedicarle tanto tiempo a los detalles de cómo es toda la operación de la violación de principio a fin?. Todo muy escabroso e innecesario para la novela, tanto que debí adelantar la escucha en el audiolibro, no aporta nada adicional al sentido del capítulo, bastaba con imaginarlos.


Claudia lo salva porque, después de lo que le hacen, después de la violencia despreciable ejercida sobre ella, retorna del abismo. Luego de ser una desterrada moral, reaparece con los vestigios de su dignidad maltrecha (esto acontece en otro momento en el libro y por lo menos el autor acertó en narrarlo, aunque quizás haya sido porque este retorno supuso la narración de otra muerte de un integrante del combo). El resto de personajes son más bien esquemáticos de los que no nacieron pa´semilla (parafraseando el libro de no ficción publicado en 1990 por el periodista Alonso Salazar, y que se convirtió en un clásico sobre la violencia urbana de Medellín).


El carácter es el destino ( una digresión, aunque al final puede que no lo sea tanto)


Cuando leo alguna obra en la que aparece algún sicario o algún muchacho del barrio reconvertido en asesino, mandadero o lavaperros de aquella época de violencia de finales de los ochentas y principios de los noventa, mí tiempo, la época que también tuve que vivir y padecer en muchos casos, llegan siempre a mi memoria todos aquellos vecinos que fueron triturados por esa máquina de guerra del narcotráfico del Cartel de Medellín, pero no solo por este, también por los agentes oscuros del estado y los otros perpetradores de esa violencia que tomaron para sí a una generación completa de muchachos de los barrios populares.


Cada situación de vida es distinta, es muy probable que lo que el autor cuenta allí sea de su experiencia personal, como habitante de Aranjuez que ha sido, seguro varios los de los protagonistas de la novela fueron la representación de los muchachos de la vida real. Así como me tocó verlos también a mí, y a mis hermanos y familia, ver cómo caía, como se iba deshojando el árbol de la juventud cuando aquellos con los que jugábamos microfútbol callejero comenzaron a tomar malas decisiones, a ser seducidos por la calavera de la violencia.


Nunca los idealicé o victimicé (aunque tenían más de víctimas, eso es seguro) y con el paso del tiempo tampoco he aprendido a hacerlo. Lo que si tengo claro, es que no todos los que entraron allí lo hicieron como única opción de adaptación, porque así como por ese lado estaban ellos; estuvimos nosotros los que seguimos en los márgenes, ya fuera por cobardía o por nuestro carácter (recordemos: «el carácter es el destino») o porque no éramos violentos o porque desde nuestras familias nos frenaron a tiempo o nuestras aspiraciones no pasaban por ser operarios de esa maquinaria de instrumentalización y muerte de los años oscuros del narcotráfico o porque queríamos ser escritores, médicos, abogados, contadores, bailarines, músicos, curas, policías o solo ladrones.


Cada situación fue particular y que en el entretanto, algunos de ellos lo vieran como única opción era posible, pero no un absoluto. Y el dilema que debió existir en los muchachos, en unos más en otros menos y en otros ninguno, para hacer parte de ese aparato del narcotráfico, no se muestran en la novela, en ese sentido( en esa falta de profundidad) es cuando se expresa la irregular construcción de los personajes, lo que les resta volumen y creería incluso algo de la humanidad que hiciera que se produjera una conexión emocional total con ellos, exceptuando los tres mencionados antes y tal vez el narrador personaje, por su misma condición de cronista con perspectiva de distancia en el tiempo.


Consideraciones antes del punto final


La intención de la novela es de todas formas interesante por el enfoque, tal como se manifiesta en algún lado de la edición de Penguin. La perspectiva de alguien que tuvo que padecer de cerca esa dureza desde fuera y desde dentro, desde lo concreto de ver morir y por supuesto lo que eso lacera en su ser. Ese alguien que funge no solo como sobreviviente, sino como cronista del barrio, de la cuadra en la que ya desapareció cualquier rastro de sangre derramada, pero que conserva las escaras de la memoria colectiva, que en este caso logró verbalizarse.


Pero algo va de la intención a la ejecución, haciendo de nuevo la salvedad de que es una primera novela, lo cual no hace que las flaquezas se limen o embellezcan. La estructura de la novela no tiene reparos ni el final tampoco. Pero como se detalló a lo largo de este texto, existen desequilibrios en el manejo de lenguaje que salta de lo pomposo y alambicado a los lugares comunes o el gonorrea, malparido, hijueputa, güevon u otra clase de ?[¨&#@ palabras sin ninguna transición. Debo declarar que no soy un morrongo de las palabras de grueso calibre en la literatura. Incluso, en aras de una cierta fidelidad, verosimilitud y realismo le compro las putas palabras ( si me las aguanto en la literatura argentina o norteamericana, mal haría en no hacerlo con la nuestra). Pero al final todo esto conspira para que en la novela se profundice el desequilibrio en el lenguaje.


Y si en las palabras altisonantes todo es abigarrado, en la ambientación y las descripciones hay una casi absoluta carencia como ya se explayó antes en esta reseña. No se pide que se hagan ambientaciones decimonónicas al mejor estilo de Balzac o Victor Hugo, donde se pueden tardar una página describiendo el peinado y el vestido de una mujer, pero sí detalles precisos que perfeccionen el artefacto estético de la novela e iluminen la imaginación en la lectura. Ya se vio el poema de Helí Ramirez, preciso, bello y contundente para que, con pocos brochazos, se pudiera definir visualmente al barrio Castilla, de Medellín. También pudimos leer el fragmento escrito por Gonzalo Arango hablando de una ciudad ya inexistente para los años ochenta que, sin llegar a muchos datos físicos o topográficos, con economía de palabras describía eso que amaba y odiaba de esa Medellín reconocible en sus montañas y azul cielo de ojos de gringa y chimeneas de una industria creciente.


Por todo lo comentado anteriormente el resultado es el de una novela irregular, más allá de sus buenas intenciones, de la honestidad narrativa del autor (esto tiene gran valor) y su enfoque particular, que es su mayor basa. Ganó un premio, me podrán decir, y eso es verdad, la literatura y el arte, y en general la estética, son materia opinable. Tiene resonancia también me podrán contar, es una novela relativamente popular, lo que tampoco la hace mejor desde el punto de vista artístico.



De la «sicaresca» paisa y lo común de los lugares


Desde el lejano No nacimos pa semilla, de Alonso Salazar Jaramillo, hasta hoy, ha corrido mucha tinta bajo el río, pero también muchos metrajes de seriados televisivos, telenovelas y películas, que han querido narrar con buenas, regulares y comerciales intenciones el fenómeno del narcotráfico de los años ochentas y noventas de Medellín, particularmente. La mayoría de ellas, desde el capo o desde sus secuaces vistos como ángeles destructores, como glamurosos ángeles destructores.


Y es que con los años y el filtro del tiempo todo lo que fue drama, historia y tragedia se va degradando con la patina insulsa de lo que ya no duele, lo que solo impacta o impresiona como un circo fantástico que va olvidando su condición testimonial para convertirse en mera ficción que ve o lee la gente, como se ve todo a través de un vidrio blindado de las emociones auténticas. No llegan los gritos o llegan amortiguados; suenan las bombas y disparos que ya no hieren. Me recuerda alguna vez en que Carlos Fuentes comentaba de la degradación a la que había llegado la imagen icónica de Ernesto Ché Guevara, símbolo revolucionario cuya figura sigue siendo estampada en afiches y camisetas hasta derivar en lo que Fuentes ya no llamaba Ché Guevara sino Chic Guevara, todo muy fashion, todo muy Prêt-à-porter.


Refiere Margaret Atwood, en la introducción de una de las ediciones de su novela El cuento de la criada, especialmente hablando de la narradora y personaje principal, DeFred, que hacía parte de la casta de las criadas, que en un futuro indeterminado, luego de la caída del régimen del estado de Gilead, se reunieron alrededor de las grabaciones encontradas en los que la mujer en comento refería en lo secreto todo lo acaecido, que muchos de aquel auditorio futuro, miraba con indiferencia incluso, y sin atisbo de empatía, solo con fines académicos, el drama que conocieron. El filtro del tiempo hizo que sucediera aquello. Así mismo sucede con quienes leen esta literatura, que por más testimonial que sea, ha quedado en el terreno lejano de la ficción o la crónica, del dolor y el drama con filtros.


El fenómeno narco vende bien todavía (sobre todo desde fuera de Medellín) y (recordemos sino las incontables peregrinaciones a la tumba del capo del Cartel o alguna conversación que llegué a tener con un vendedor de artesanías en la isla de Barbados por allá en 2019, yo, y también mi inglés precario, trataba de hacerle entender que Pablo (Escobar) no era lo mismo de la serie Narcos, de Netflix, que lo que para él era entretenimiento paran nosotros fue tragedia y miedo), quiérase o no, La Cuadra es una ramificación de esa época, alumbrada tal vez con otra luz, pero siendo parte del mismo dodecaedro dramático y aciago que surgió tras la eclosión más violenta del Cartel. Así que no es de extrañar que una editorial comercial como Penguin haya puestos sus financiera mirada en esta novela como producto atractivo, porque el libro, cualquier libro, también quiérase o no, es un artículo comercial más allá del artefacto estético.


La cuadra es literatura, otra novela de sicarios, con el riesgo que traen (y no hablo de los balazos), esos terrenos ya tan apelmazados por las múltiples pisadas de lo comercial. La cuadra es literatura buena, regular o mala, va en los gustos. Pero lo que sucedió entre los años ochentas y noventas, no lo fue.


Era la vida real.


(2025)

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