Hace algunos días, en una de mis caminatas domésticas doble propósito (cosas de casa y salir del encierro en casa, esas son las cuestiones del trabajo remoto) pasé por una zona de cafés, donde estaban dispuestas una cuarentena de mesas para la atención por parte de varios negocios que, en fila al estilo de una plazoleta comercial, atienden a su público ofreciendo cada uno más o menos lo mismo: café, tés, repostería, empanadas, snacks y algunos tipos de bebidas alcohólicas. Tengo la percepción de que el espacio, además de ser un sitio de reunión con amigos o compañeras de trabajo, es un lugar de encuentro para discutir, cerrar y abrir negocios, pero también es lugar para el encuentro de las parejas.
De paso pude observar a una pareja; ella, morena, blusa negra, pelo ídem ondulado, parcialmente descubierta la espalda, un pantalón, jean azul claro; él, camiseta roja, trigueño, pelo negro cortado al rapé, nariz ganchuda leve, pantaloneta negra y el casco de la moto descansando en el muslo izquierdo. Ella tenía el casco en el piso.
Un dúo que en otras circunstancias me daría nada más que para darles una mirada fugaz, en este caso no fue así; la chica lloraba, el gesto desfigurado en una mímica que solo produce el llanto, cejas arqueadas más de lo normal hacia abajo. Y yo, a decir verdad, no me resisto a las lágrimas en público, así que los observé más de la cuenta. El hombre, al contrario de ella, conservaba la serenidad, la pompa y la circunstancia del momento, mas no lloraba.
Yo soy a drama person, no para el cine, por si acaso; sí para la vida real. Tengo un detector de llantos y cuando veo a alguien, solo o acompañada en estas circunstancias, mis sentidos se aguzan y seguidamente comienzo a elucubrar sobre la naturaleza o el origen de las lágrimas. Sin embargo, para este caso mi primer pensamiento fue: hombre, cómo vas a dar una mala noticia en pantaloneta (pensé en el tipo de la nariz ganchuda).
Debemos decir que los llantos no se producen solo por la tristeza o el dolor, indudablemente también los hay, no pocos, por alegría. Este no era el caso, cuando alguien llora de alegría, es notorio cómo se mezclan la risa o la sonrisa, la carcajada con las lágrimas. La mujer de mi historia no estaba llorando de felicidad. En un llanto silencioso escuchaba a su interlocutor que parecía discurrir mesurado.
Hablar del drama o del melodrama, es hablar de la vida misma, porque la existencia es mayormente drama. No importa si eres un cazador furtivo, un cazador de cometas o de moscas; un entomólogo o un soldado en misión en oriente medio; un mercenario o una monja de clausura. El drama está a la espera. Incluso podemos estirar un poco más el hilo o hacer más larga la sombra y el drama se extiende a los demás seres vivientes.
El solo hecho de convivir con personas, de hacer parte de cualquier conglomerado, ya está creando terreno fértil para el melodrama. ¿Qué pasaría con un ermitaño? Igual, porque qué mejor drama que pasarse la vida monologando consigo mismo, contradiciéndose, conversando con sus demonios interiores.
El melodrama en el arte, el drama del arte
Por lo anterior, la literatura, el cine, el teatro, la televisión y la música devoran dramas de la vida real y así mismo los producen, en menor medida lo hacen las artes plásticas y visuales, y lo hacen estas últimas, previas averiguaciones, pues, no soy el más experto, por medio de las líneas, los trazos y el uso de los colores, luces y sombras, logrando con ello las intensidades y expresiones necesarios. Es decir, las artes plásticas, recrean el drama desde la técnica y la forma, no desde el contenido necesariamente.
Es así como la verdadera musa del arte es el drama. Desde un documental narrado por el naturalista británico David Attenborough hasta un poema de Safo, pasando por una canción de Elton John, una pintura de Rembrandt o la fotografía de Sebastião Salgado.
La obviedad del drama, a su vez, hace que sea más difícil transformarlo en arte salido de lo convencional. Es muy cómodo caer en los clichés, las mismas historias contadas de igual manera o, lo que es peor, convertir todo en una expresión romanticona sensiblera más digna de telenovela mexicana o venezolana de los años ochenta, que de lo que verdaderamente es el melodrama dignamente contado, en donde se profundiza en los personajes y sus contradicciones (no existe el blanco o el negro, el color predominante es el gris: gente «buena» haciendo cosas «malas»; gente «mala» haciendo cosas «buenas»), donde no hay protagonistas y antagonistas que obedecen más a la polarización de los antiguos cuentos de hadas o lo que es peor, de las películas de superhéroes tan de moda en estos tiempos.
De mis lecturas de los últimos años recuerdo a algunos autores que abordaron el drama, y más aún, el melodrama con una gran sensibilidad, dentro de ellos el británico Graham Swift, de quien he leído La luz del día y Ojalá estuvieras aquí. Historias mínimas, de seres corrientes, que son abordadas con inteligencia y exponiendo todos los matices que trae consigo el hecho de existir, en donde las relaciones amorosas trascienden el género romántico para motivar preguntas sobre la vida, la soledad y el amor (no necesariamente el amor eros) en todos sus matices.
¿Acaso hay algo más melodramático que los libros de nuestras grandes religiones monoteístas?
Seguro soy injusto en no hacer un registro más exhaustivo de mis lecturas, dentro de las cuales, de seguro, hay otras obras literarias que merecen ser mencionadas, pero precisamente la pretensión no es la de un inventario.
El cine y los seriados, son también un terreno fértil para la producción de melodramas de calidad. Llegan a mis recuerdos una directora danesa, Susanne Bier (sobre todo su etapa media) y un director iraní, Asghar Farhadi. Ambos desde su perspectiva abordan el drama y el melodrama cosido a la complejidad de las relaciones, transforman el desgastado género romántico y la tragedia llevándolos hacia terrenos donde la complejidad, la real complejidad de las relaciones humanas, es leída desde sus contradicciones. Otros que no quiero dejar de mencionar son al chino Wong Kar-way o el español Pedro Almodovar, aunque reconozco que varios de los largometrajes de este último atacan la verosimilitud y rayan con lo truculento (de lo cual no disfruto, a decir verdad, para truculencias están los telediarios), pero cómo olvidar a Todo sobre mi madre, por ejemplo.
No me muevo hacia la producción de seriados televisivos porque, como lo mencioné, mi intención no es ser exhaustivo. Tampoco voy a hablar desde las artes visuales, pues no es mi fuerte, a decir verdad, en el cine tampoco soy experto, pero puedo decir que he sido más consumidor de este tipo de arte, que de las artes plásticas o visuales. La música es un capítulo aparte, y tal vez después tenga su propio desarrollo en un futuro.
Invito a quien lea esto, que haga su propia lista y también que se atreva a tocar, si puede y lo desea las otras artes, al fin y al cabo, este es un foro abierto de enriquecimiento mutuo.
Las obras y autores mencionados explotan, desde lo estético, toda la escala de grises de la existencia humana y está bien que así sea, que nuestra vida pueda ser leída por los ojos del arte, que lo que vivimos y sufrimos tenga sentido desde la redención artística.
Coda: el drama de lo cotidiano
A todas estás, ¿Cómo sigue el asunto de mi pareja del principio de este anti-ensayo? ¿Qué le decía el hombre de la nariz aguileña para que ella estuviera llorando?
Mi mente literaria comenzó a maquinar cuál sería el motivo. No siempre la escritora, el escritor, tiene la posibilidad de tener la historia completa, en un alto porcentaje, se deben llenar los espacios en blanco, consumar la historia, convertir la anécdota en literatura a través de la imaginación y la creación de circunstancias verosímiles. ¿Estaba rompiendo con ella? ¿Se iba a ir por una larga temporada y sería un «amor de lejos felices los cuatro»? ¿Estaba rompiendo con ella porque tenía a otra? o para hacer un giro argumental, ¿sería ella la que lo estaba terminando y él la quería convencer de que no? ¿No tenían con qué pagar las cuotas de la moto y la iban a vender? Eso no lo sabremos, lo que sí estoy seguro es que la solemnidad y etiqueta del momento no ameritaba una pantaloneta negra como vestuario, pero como no conocía el contexto, pues ni modo, eso era lo que había.
Somos drama, carne y huesos. Somos la materia prima del melodrama. Bienvenida sea la tragedia a nuestras vidas, sin ella no podríamos vivir, sin ella seríamos rocas en el río del tiempo: pulidas, resbalosas, peligrosas, pero inertes.
P.D. Recientemente leí (17 de julio de 2023) uno de los nocturnos de Kazuo Ishiguro: «Come Rain or Come Shine» (a propósito de la canción creada por Harold Arlen y Johnny Mercer). Uno de los que componen sus cinco historias de música y crepúsculo, cuyo título es Nocturnos. Anagrama, 2017. Cumple con el melodrama en toda regla: lágrimas, amor y desamor, amistad, pero también una gris humanidad temblorosa de miedos.
(2023)
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